martes, 12 de abril de 2011



Se puede creer o no creer en el amor. Asimismo, se puede aplicar esta cuestión de fe al destino. Se puede incluso dar por sentado que uno y otro van de la mano, para los más románticos...


Hace muchos años, vaya uno a saber con qué motivo, mientras miraba a la gente que pasaba por la vereda, se me dio por escribir sobre un personaje imaginario. En general, mis personajes son masculinos, y en este caso en particular, es siempre el mismo. Siempre (desde que tengo memoria) escribo sobre un hombre que busca a alguien con quien compartir su soledad. Nunca supe de dónde lo saqué. Creo que una vez, cuando era muy chica, soñé con alguien así y desde entonces no se por qué, pero me llamó tanto la atención que intento traerlo al mundo real cada vez que tengo que hacer una descripción de un personaje. A pesar de mi patética memoria, intento no olvidarlo. Vaya uno a saber por qué... Como decía al principio del párrafo, mi inspiración resultó en lo siguiente:

Todos sus días eran iguales. Siempre. El de ayer igual al de mañana.
Despertar para seguir en un sueño. Pero en uno tedioso, denso, pesado. Como esas ridículas y atemporales siestas de verano.
Casi siempre el mismo desayuno, a menos que algún miembro de su familia se tomara el atrevimiento de comprar algún condimento un poco más alegre para condecorar tanta insoportable rutina matinal . A Dios gracias, el libro al lado de la taza de café con leche hacía de todas sus idénticas mañanas un universo mucho menos peor.
Un colectivo tricolor, con destino fijo pero a un lugar tan predecible como incierto a la vez...como sólo puede serlo una institución educativa. Las caras de siempre; casi siempre todos en sus mismos roles y correspondientes disfraces para la ocasión. Como si todo fuese un gran escenario. Un circo de pulgas gigantesco y completamente inútil. Aunque claro está, las mejores clases eran las de música; sólo por ellas valía la pena seguir despertando temprano en las mañanas. Solo ahí y así se sentía real, sincero, y sobre todas las cosas libre.
Tenía un par de amigos, pero no se sentía igual de bien que tener alguien a quien querer incondicionalmente. Y que lo quisiera a él en cambio. Nunca había tenido a nadie a quién cuidar y entregar su alma; no tenía con qué o quién comparar su soledad. Pero al ver pasar las demás vidas a su lado, casi todas de a dos -cosas de la edad, según él- desde afuera, pensaba, no se veía del todo mal...
Algunas chicas lo miraban, sí. Y no era estéticamente ninguna maravilla. Nada le faltaba y nada tenía de más. Y no era por prejuicioso ni inconformista, pero era sólo que ninguna de todas las chicas que veía pasar le resultaba lo suficientemente......única.
Se consideraba casi único en su especie. y lo de 'casi' era precisamente porque estaba seguro que alguien en algún lugar sería compatible con él. No le gustaban las mujeres triviales, ni excesivamente producidas para ser consideradas lindas. Tampoco le gustaban las que le gustaran a todo el mundo; el amor no tenía por qué ser un deporte competitivo más en el mundo. Pero por sobre todas las cosas, le fastidiaban infinitamente las mujeres que tenían esa extraña facultad de abrir la boca por horas para decir absolutamente nada...por la misma cantidad de horas.
Técnicamente, se podía decir que no buscaba a nadie en especial; pero de alguna vez decidirse, sabía que quería a alguien que fuese lo más parecido a un alma gemela. Le daba igual la sensación esa de simbiosis que a veces produce el estar enamorado. Quería a alguien que fuera como él pero sin serlo. Alguien con quien si eventualmente surgiera un conflicto que los distanciara, no pudieran alejarse demasiado ni uno ni el otro, porque esa especie de imán que los unía se hallaba mezclado en la sangre que por las venas de ambos corría.
Y así, quizá fuera posible quedarse ahí por toda la eternidad. Los hipocampos eran animales insulsos en demasía, pero eventualmente tuvo que reconocer -aunque más no fuera para sí- que ese ideal de nacer para encontrarse y perecer juntos le resultaba lisa y llanamente... invaluablemente hermoso.





A veces pienso que he dedicado demasiados escritos en vano. Es más, reconozco haber escrito más de una carta a gente que no se lo merecía en absoluto. Y calculo yo que sólo Dios sabe dónde habrán ido a parar mis miles de millones de litros de tinta tatuados en papel...


En más de una ocasión opto por las cartas abiertas en lugares públicos (por ejemplo, éste). Y no porque no valga la pena, sino todo lo contrario. Tengo la certeza de que la globalización en esta ocasión me juega a favor, ya que mis palabras aquí plasmadas no van a ir a parar a ningún destino desconocido...o quizá sí, pero no van a extraviarse tanto. Llegarán simplemente donde quieran o elijan llegar.


Es extraño tener tanto para decir sin decir algo puntual ni con un destino preciso. O sí.... Quién sabe.

Una vez me preguntaron por qué escribo desde el punto de vista de un hombre y no de una mujer, siendo que al ser un reflejo de la realidad podría resultarme más fácil. El punto de vista femenino a veces me resulta casi alérgico. La mayoría de las mujeres que he conocido y me han rodeado (y dicho sea de paso, las que me han traicionado) dejan bastante que desear en todos los aspectos. Sí, soy muy sexista. Prefiero a los hombres mil millones de veces. Con personalidad, claro. Con respecto a mi 'técnica' de inspiración, lo fácil no me interesa. Inspirarme en las cosas y las personas exactamente como las conozco me resulta de todo menos interesante.

En otra ocasión, me preguntaron si mi personaje existe. Puedo decir que en un pequeño porcentaje....sí, existe. Y no. Tiene elementos de mucha gente que he conocido y otros tantos que jamás le he visto a nadie. Siempre tiene algo en común conmigo -ejemplo, que le guste la música- por el simple hecho que de otro modo mi personaje y yo no podríamos tener esa relación de amor-odio. Porque quiero que quede claro que alguna vez lo he odiado.... Como una vez escuché en una canción............una vez que algo se derrumba, el mundo que inventamos se vuelve contra ambos....



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